El profeta Isaías tuvo una visión en la que vio al Señor sentado en un trono alto y sublime, rodeado de serafines que proclamaban Su santidad. Isaías, consciente de su propia pecaminosidad, exclamó: “¡Ay de mí! Estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros” (Isaías 6:5). Pero uno de los serafines tocó sus labios con un carbón encendido, purificándolo. Esta experiencia transformó a Isaías y lo llevó a responder al llamado de Dios con las palabras: “Aquí estoy, envíame a mí” (Isaías 6:8). Esta historia subraya la importancia de la pureza y la disposición en la vida espiritual.
No responses yet