Un centurión romano pidió a Jesús que sanara a su siervo, pero dijo que no era digno de que Jesús entrara en su casa. En lugar de eso, pidió a Jesús que solo dijera una palabra, y creía que su siervo sería sanado. Jesús quedó asombrado por la fe del centurión, diciendo que no había encontrado una fe tan grande en todo Israel. El siervo fue sanado en ese mismo instante. Esta historia muestra cómo la fe puede trascender culturas y tradiciones, tocando el corazón de Dios.
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