Jacob, huyendo de su hermano Esaú, tuvo un sueño en Betel en el que vio una escalera que llegaba al cielo, y ángeles subían y bajaban por ella. En el sueño, Dios le habló y renovó la promesa que había hecho a Abraham y a Isaac, prometiéndole la tierra en la que estaba durmiendo y asegurándole que su descendencia sería como el polvo de la tierra. Al despertar, Jacob reconoció que el lugar era sagrado y lo llamó Betel, que significa “Casa de Dios” (Génesis 28:10-19).
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